Dejar la decisión del título para el final del proceso es uno de los peligros más grandes de la producción cinematográfica.
Muchas veces dejamos lo que llamamos “título de trabajo” (revisar archivos de viejos guiones escritos y encontrar tantos ejemplos de esos, estremece), pensando que va a aparecer uno definitivo por arte de magia, obra de la inspiración o milagro de las fuerzas del cielo. Error. Ninguna de esas tres cosas suceden en la vida real.
El problema se hace realidad cuando llegamos al final del guion, luego al rodaje y finalmente al montaje (incluso a la etapa de gráfica) y todavía estamos con un título que muchas veces surge como un chiste o una descripción de algo que el proyecto ya no es. Y lo peor de todo: el equipo está acostumbrado a ese título. Todos saben que ese título no va, pero a nadie se le ocurre uno superador; o nadie se atreve jugársela por uno diferente.
La decisión por el título debe ser taxativa y, sobre todas las cosas, valiente. Porque el título es lo primero que va a llegarle al espectador. Si la comida entra por los ojos, las películas entran por el título. El nombre debe expresar la identidad de la cosa, en contenido, en forma y en actitud también. Tiene que llamar la atención. Si el título no está a la altura de la historia y no dice “acá estoy, vengan a verme”, la traiciona, porque la condena a la indiferencia. Todo el trabajo de años queda anulado si los espectadores se desinteresan debido a un título malo.
Juéguensela con el título, es preferible algo estimulante que invite a ver nuestra película, aunque no la describa por completo, que algo insípido que funciona como descripción pero no atrae a nadie.
Es otra recomendación de la DNVQHPTGDA (Dirección Nacional de Viejos Que Han Puesto Títulos Garompa y Después se Arrepintieron).
Seguimos trabajando para usted.