No hay nada más hipócrita que pretender ser algo que uno no es. Cuando llevamos esa actitud a nuestras películas, el espectador lo percibe y nos pierde el respeto.
Vemos monas vestidas de seda y monos vestidos de traje a menudo, pero sin ingresar en polémicas sobre derechos de vestimenta o no en animales no humanos, ni hábeas corpus para simios ( o “personas no humanas y seres sintientes” según la jurisprudencia sentada en el caso de la orangutana Sandra)… todo este párrafo ya se ha convertido en eso que pensaba criticar: la pretensión. O sea, ¿a quién le importa si quien escribe sabe cosas como lo de Sandra, la orangutana? ¿Qué clase de pretensión emerge cuando escribimos más de lo que nuestro texto o guion necesita para ser narrado?
Las historias tienen su propia impronta y universo de signos y símbolos. Si bien somos nosotros, autores, quienes lo construimos, parte de nuestra tarea es encontrar (crear) esas reglas y respetarlas. Si nos ponemos “por delante” de lo que estamos contando, nuestros protagonistas y sus periplos pierden peso, los espectadores pierden identificación, por ende pierden interés y nosotros los perdemos como espectadores.
¿Pero a qué me refiero con “ponernos” por delante del propio relato?
Básicamente en dos situaciones típicas. Una es cuando, como el ejemplo de arriba, queremos demostrar que sabemos un montón de cosas y las exponemos aunque no hagan falta para desarrollar la idea. Es un claro acto de narcisismo berreta. Un verdadero trabajador del oficio sabe que su labor es transformar lo que piensa y siente en personajes y escenas, no en exponer ideas como en un ensayo. Para eso, mejor escribir un blog, dar conferencias, etcétera. Algunas ideas que se expanden de aquí las estuve pensando en un posteo anterior titulado ¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO DECIMOS QUE HAY QUE HABLAR DE ALGO?
Y ojo, la pretensión anterior puede tener diferentes formas, no solamente estar en un diálogo o texto, también puede verse reflejada en un vestuario, en un diseño de personaje, en un contexto histórico que suene impuesto. Las pretensiones pueden tener infinidad de formas.
La otra situación típica es la de la alegoría. Para mayores y más profundas definiciones al respecto, recomiendo recurrir a Ángel Faretta y su “Concepto del Cine”. Pero aquí simplemente quería pensar en las alegorías como figuras impuestas por incapacidad o vagancia para construir un símbolo desde la propia perspectiva interior del relato. Por ejemplo, si Travis Bickle (Taxi Driver, 1976) en lugar de marcar las balas con una cruz, hubiera tenido sobre él una imagen de cruzados medievales o cualquier representación católica, no habría símbolo, sino alegoría. Sería una pretensión, en lugar de hacernos imaginar algo al ver esa forma de cruz, nos obligaría a pensar en una cosa particular, nos anclaría la imaginación, nos dejaría afuera del viaje, exponiendo la necesidad del autor de decirnos que está construyendo un relato religioso. Al no decirlo, Schrader y Scorsese nos invitan al juego. Si lo dijeran, serían pretenciosos.
El tema de la lucha contra la pretensión es un laburo interno constante, porque es mucho más sencillo imponer que construir. Pero ser guionistas (ser trabajadores de cualquier disciplina artística) nos exige sinceridad con nosotros mismos. En la más profunda privacidad con nuestros teclados o biromes, nadie más que nosotros sabemos cuándo estamos siendo pretenciosos y cuándo no. Es una cuestión de arrogancia versus humildad. Lo segundo es mejor para encontrarnos a nosotros mismos y compartir con otros, dentro y fuera de la ficción que estemos escribiendo.
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