¿Cuántas veces partiste de una experiencia personal para escribir?
¿Cuántas veces pensaste que, por haberla vivido, conocías la historia hasta el fondo?
¿Cuántas veces descubriste que no te alcanzaba con lo vivido?
¿Cuántas veces te trabaste en “cómo sucedieron los hechos” sin poder salir de ahí? 

Y después de chocar con esa piedra una o más veces, ¿cuántas veces volviste a escuchar que para ser profundos y sinceros hay que escribir sobre cosas que hayamos vivido?

Después de estar pensando acerca de cuánto hay de nosotros en las historias que escribimos, surgió en mi workshop de guion el tema de lo autobiográfico, analizando uno de los guiones originales que surgieron. La historia estaba basada en una experiencia personal, pero su desarrollo se veía muy atado a los eventos reales, “tal cual se habían dado”. Pero el problema no era ese hecho concreto, sino que no terminaba de funcionar como narración. Es algo que nos sucede habitualmente cuando nos enfrentamos a contar algo que nos marcó: queremos desarrollar los hechos tal cual los recordamos, pero hay algo en lo narrativo que no sucede, que no es expresivo.

¿Si modificamos el curso de los hechos estamos mintiendo?
¿Pero si no los cambiamos y la historia no funciona o directamente no llega a convertirse en historia? ¿Qué pasa? 

Hay un dilema que se presenta entre eventos reales y eventos narrativos. Y la clave es que no hay uno más verdadero que el otro, el tema es que son parte de escenarios diferentes.

La cuestión es que escribir ficción basada en hechos personales no se trata de escribir las historias tal cual sucedieron. Nada de lo que sucede en la vida real es convertible en una historia tal cual sucedió. En principio, porque lo que sucedió puede ser narrado por diferentes testigos y todas las versiones serían distintas. Por ende, no hay objetividad posible. Partiendo de ahí, tenemos que pensar entonces que lo que realmente nos conmueve de un hecho real es “lo que NOS sucedió”. Eso implica lo emocional, no las acciones concretas. Entonces, para contar algo que sucedió, no debemos contar las cosas que recordamos que sucedieron en términos de acción. Si hacemos eso, lo más probable es que aburramos al espectador, porque la acción de la vida real no es la acción de una película. Probablemente la escena más romántica de nuestras vidas, si la viéramos en la vida real “desde afuera”, no sería más que dos personas mirándose quietas. ¿Y lo que sentimos? ¿Cómo hacemos para que “se vea”? O mejor dicho, ¿cómo hacemos para que los espectadores sientan lo mismo que sentimos aquella vez?

Desarrollar un relato basado en hechos personales es precisamente el camino inverso al de imitar acciones. Se construyen acciones que provoquen en los espectadores esa emoción que sentimos al vivir la experiencia inspiracional. 

No se trata de copiar la realidad. Se trata de escribir historias capaces de transmitir las mismas emociones que sentimos en la vida, o sea, de construir escenas capaces de invitar a una mirada singular. Por eso es preciso únicamente comprometerse con el sentimiento original y no con la “escena” de la vida real. No existe tal cosa como “pasa como en la vida” en el ámbito escénico, no existe lo objetivo. 

Si logramos transmitir una emoción genuina, no le va a importar a nadie si estamos “tergiversando” los hechos o no, porque va a sentir esa experiencia como propia. Eso es estar ofreciendo una mirada sobre la vida e invitando al espectador a aportar la suya en ese acto. Si logramos eso, vamos a estar haciendo lo vinimos a hacer: contar una película.

¿Te trabaste alguna vez escribiendo algo basado en una experiencia personal?
¿Cómo lo solucionaste?


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