“Una de las peores cosas que puedes hacer es tener un presupuesto limitado e intentar hacer una película de gran apariencia. Ahí es cuando terminas con un trabajo muy malo”.

Roger Corman


Hay películas que dejan de existir por la ausencia de recursos.

Hay otras que deben su existencia a esa falta.

El Cine Clase B es una escuela. Mientras el de Clase A puede frustrar haciéndonos sentir lejos de lograr algo similar a lo que vemos en la pantalla, el de Clase B nos abre las puertas de lo posible.

Son muchos los recursos que se precisan para hacer una película: humanos, físicos y económicos. Sobre todo estos últimos, porque cuando hay plata se consigue tiempo, cosas y profesionales. Pero cuando falta, el cine peligra. Otras expresiones artísticas pueden ser desarrolladas sin demasiada inversión: escribir, pintar, incluso montar una pequeña obra de teatro.

Está claro que el avance de la tecnología nos fue dando herramientas baratas para filmar. Hoy vivimos una era audiovisual en la que casi todo el mundo se graba a sí mismo y crea piezas con mucho de cine, televisión y publicidad. Pero son expresiones nuevas, no necesariamente cinematográficas. Hacer películas sigue siendo otra cosa.

Sostener un relato de setenta, ochenta, noventa minutos o más, no es sencillo. Ni antes ni después de la existencia de YouTube, reels o shorts. Las cámaras y luces semi profesionales y los softwares de edición pueden ayudar un montón, pero hacer una película suele precisar bastante más que eso. A no ser que hagamos de los pocos recursos un activo.

Escribir cine de pocos recursos es un desafío constante. Se mete el cerebro en un exprimidor, se aprieta y se aprieta hasta que esos mínimos elementos con los que contamos, se hacen algo único y poderoso narrativamente. A veces se confunden los resultados con algo bizarro… y a veces lo son. Lo importante es que lo que hagamos sea expresivo y único.

Breve historia del Cine Clase B y sus enseñanzas

Para ingresar en los orígenes y algunos (vastos) conceptos sobre el lado B del cine industrial, recomiendo mucho el libro “Dominio Eminente: Teoría de la Clase B y la cultura tradicional en diáspora desde el ´otoño de la edad media´”, escrito por Ángel Faretta y editado por A Sala Llena. Como siempre, Faretta desarrolla una hermosa y polémica teoría metafísica del cine.

Lo que conocemos como Cine Clase B, se llamó así en sus orígenes porque fue la respuesta que dio la industria hollywoodense al crack económico de 1929. Ante la caída del público, se empezó a ofrecer una doble función. Y para tener doble función había que filmar más. Las majors dueñas de estudios y salas de cine comenzaron a producir películas chicas con lo que sobraba de las grandes producciones. Algunas de ellas serían más impresionantes e influyentes que las Clase A. Es el caso de Cat People (1942), inspiración para el libro de Faretta.

Pero en 1948 se sancionó en EE.UU. una ley antimonopolio y las majors ya no pudieron producir y poseer salas de cine al mismo tiempo. El negocio cambió, las segundas funciones se disolvieron y las películas Clase B, tal como se las conocía hasta el momento, dejaron de existir.

Lo que nació a partir de allí fue una interesante cantidad de productoras independientes que filmaban con pocos recursos y se convertían en campo de prueba para jóvenes realizadores. Mucha Ciencia Ficción y muchos FX tan truchos como memorables. Ed Wood, te hemos hecho altares.

Y entonces llegó el tío Roger.

Roger Corman fue el Rey del Cine Clase B. Produjo más de 300 películas y dirigió más de 50. Con lo que una película tradicional pagaba el catering, Corman era capaz de hacer un film memorable. Y muchos de los realizadores de esos films serían nombres que veríamos en los títulos de muchas de las películas que más nos influenciaron, como Francis Ford Coppola, Joe Dante o Ron Howard. Coppola incluso hizo su primera película con lo que le sobró de un rodaje a Corman. Dementia 13 (1963) fue hecha con las sobras de las sobras.


Todas esas películas hechas con los sobrantes que utilizaban decorados descartados o en desuso, fueron madres de otro tipo de Cine B, el me gusta pensar que nació con Night of the Living Dead (1968) y explotó en los ochentas. Son películas de muy bajo presupuesto, independientes y hechas en locaciones entre amigos. Esa fue la verdadera escuela de nuestra generación.

Pocos meses atrás, en las funciones del Cineclub Nocturna en el MALBA proyectaron 35 mm. Bad Taste (1987). La sala estaba repleta de pibes y pibas. Increíble. Ver toda esa locura saliendo de la pantalla e impactando en esas mentes jóvenes fue tremendo. Me recordaba un día de 1996 en el que, por algún motivo, no se pudo grabar Plaga Zombie y Pablo y Hernán me sentaron frente a la TV, me dijeron “Bienvenido al mundo mutante”, y pusieron Mal Gusto (no le decíamos Bad Taste). Bautismo. Ese día entendí lo que estábamos haciendo nosotros y sería el catalizador del resto de mi vida haciendo y escribiendo películas con lo que haya a mano.

En Mal Gusto, Peter Jackson logra meternos en la historia de un grupo de amigos que lucha contra alienígenas. Y por más que vemos los hilos, lo que sucede en la pantalla es tan poderoso, que estamos ahí. No podemos irnos; nos creemos todo y queremos todo; nos divierte y nos emociona. ¿Cómo lo hace? Haciendo de los mínimos elementos que tiene a mano (su ciudad natal, algunas armas, walkie talkies, una casa, un par de autos) algo expresivo. Cada cosa tiene su valor. Como la cámara, una bolex a cuerda de la Segunda Guerra Mundial que permitía filmar sólo 30 segundos por plano. Eso marcó el estilo, le dio dinamismo. Peter Jackson supo utilizar esa limitación para construir una forma narrativa. Pero ojo, en un momento consiguió algo de plata… ¿y qué hizo? La puso delante de cámara: bazooka, explosión y casa voladora. Nunca mejor definida la idea de aprovechar los recursos.

Mal Gusto tiene algo mágico que solamente logran algunas de esas películas hechas con nada. Es una sensación que se resume en el pensamiento: “Eso podría hacerlo yo”. Pero no en términos peyorativos, sino en forma de un entusiasmo imparable que nos hace pensar una historia y salir a filmarla. O incluso a veces, salir a filmar y encontrar la historia ahí.

The Blair Witch Project (1999) es probablemente la película Clase B e independiente que más al extremo llevó todo esto que estamos pensando. Lo hizo con tres actores principales, un bosque, algunos no actores y locaciones reales que encontraban camino al bosque, un par de elementos como carpas, linternas, mapa, una casa abandonada y… ramitas atadas con sogas. Estas últimas, lo más simple del mundo, algo que podemos encontrar en la calle, se transformó en un símbolo (podríamos decir que) universal.

De eso se trata justamente esto de pensar películas hechas con mínimos recursos. Esas ramitas sintetizan todo el horror que esos personajes van a vivir. Nunca sabemos quién las ata, pero vemos todo el tiempo las consecuencias. Esas ramitas concentran todo el fuera de campo, todo lo que no se vé, o sea, todo lo más importante del relato: lo que imaginamos. Y lo hace con lo que podríamos definir como “nada”.

Surge con toda la fuerza esa idea de “la posibilidad como identificación”: si pudieron hacer algo tan impresionante sin nada, nosotros que no tenemos nada, podemos hacerlo también.


BONUS TRACK: Escribí acerca de The Blair Witch Project en mi columna mensual FANTÁSTICO INOXIDABLE de A SALA LLENA. Si te interesa:


La Clase B y el género Fantástico

A veces parecen ir de la mano muy bien, ¿no? Hay algo en los géneros fantásticos que da para el clima que generan las películas de bajos recursos (todas las que venimos pensando hasta acá y sigue la lista). O  al revés: hay algo que ofrecen los pocos recursos que da para sentir terror o imaginar otros mundos diferentes a este. Parece contradictorio, pero es así como sucede. Una caja de galletitas puede absurdamente convertirse en la escafandra de un astronauta. Y un simple cuchillo oxidado puede dar un miedo inolvidable. La imaginación es lo que articula todo eso que los pocos recursos proponen cuando son utilizados de manera expresiva.

Lo bizarro y lo bruto

Lo choto contra lo bizarro, como alguna vez definió esa puja Fernando Martín Peña, es histórico. No vamos a meternos en eso, porque además juegan ahí también los gustos personales. Pero sí vamos a hacer una defensa estética de todo eso. Porque en lo bizarro hay una brutalidad que deberíamos tener en cuenta si vamos a escribir algo que va a ingresar por esos caminos. Algo así como el “teatro bruto” que Peter Brook definió en “El Espacio Vacío” (libro que hemos citado ya en Lo siniestro), sucede en este cine, también bruto. Hay una vida que emerge de lo tosco, y lo que podría ser algo que debiera repeler al sentido común (el truco evidenciado, los escatológico, lo sangriento a borbotones, los “mal actuado”), por el contrario, atrae. Lo relaciono con el efecto de la comedia, esa propuesta aristotélica de que nos vemos tan parecidos a los torpes personajes cómicos, que nos reímos como acto reflejo, y así se da la identificación. Con lo bizarro o bruto pasa algo similar, lo absurdamente deforme se nos hace tan cercano, que nos atrae.

Lo verdadero y lo falso

La otra dicotomía que se plantea es sobre la pureza de lo verdadero que exponen las grandes producciones, contra la oscuridad de lo falso que evidencia la Clase B. ¿Existe tal cosa? ¿Es más verdadera una película por ser hecha con millones de dólares? Supongo que si llegamos pensando hasta acá, tenemos una respuesta.

Escribir Cine Clase B

Existe la utopía de hacer cine como el que llega desde las grandes industrias.

Y también está la frustración de no poder alcanzar esa utopía.

Pero también existe una tercera posición, la de lo posible, la que nos enseñó el Cine Clase B.

En lugar de “sueño con esta historia que va a necesitar esto y lo otro”, escribir cine Clase B  es “tengo esto y lo otro para contar una historia”. La cuestión es que la historia tiene que funcionar como las de las películas millonarias. Debemos atrapar, cautivar, emocionar y transformar a los espectadores de la misma manera, aunque con tantísimo menos. Pero cuando aprendemos a hacerlo, nos liberamos.

Cuando hay menos plata, hay menos restricciones. Aunque parezca incongruente, eso sucede en el cine. Si la producción es cara hay muchos intereses en medio y, habitualmente, eso condiciona lo que se va a contar. También es preciso aprender a lidiar con esas limitaciones, pero ya es tema de otros pensamientos.

Al final del día, todo se trata de cómo llegamos a conmover al espectador. Del cine Clase B, el público espera desafíos que no va a encontrar en el Clase A. Conscientemente o no, sabe que la falta de un estudio o grandes productores detrás permite más libertad a quienes hacen la película. Del Clase B se esperan locuras, incorrección política, rebeldía. Está en nosotros escribir historias que atrapen, que sean en simultáneo divertidas y metafóricas, capaces de contar algo sobre esta especie extraña que es la humanidad y, al mismo tiempo, aprovechar la libertad de no rendir cuentas a nadie.


BIBLIOGRAFÍA CITADA
El espacio vacío 
(Peter Brook, 1968)
Dominio Eminente: Teoría de la Clase B y la cultura tradicional en diáspora desde el “otoño de la edad media” (Ángel Faretta, 2022)

FILMOGRAFÍA CITADA
Cat People (1942)
Dementia 13 (1963)
Night of the Living Dead (1968)
Bad Taste (1987)
Plaga Zombie (1997)
The Blair Witch Project (1999)


Este texto fue escrito originalmente para la entrega Nro. 08 de mi (anti)newsletter ESCRIBE MONSTRUO ESCRIBE. Si querés recibir de manera random contenidos originales sobre guion de cine fantástico, podés suscribirte cuando quieras.

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