Los personajes pueden ser inventados de cero o basados en personas reales, y siempre son ficción. Parece una afirmación obvia, ¿pero cuántas veces nos hemos estancado en la creación de algún personaje, sintiendo que perdimos el rumbo en busca de su sentido? A veces es porque se diluye, otras porque está sobrecargado, o porque no es igual al modelo real que elegimos. La única salida es volver siempre a la idea de que estamos construyendo un arquetipo.
¿Y qué es un arquetipo? En principio, lo contrario a un estereotipo.
Los estereotipos son como las alegorías, nos atan la imaginación a un sentido único. Una forma que funciona como significante de un solo significado. Pero el motivo más profundo de hacer una película es el de despertar la imaginación de quien la está viendo. Si el espectador no viaja con la imaginación asistiendo a nuestra historia, se estanca, se aburre y se va. Hasta el espectador más vago, que puede quedarse hasta el final porque le da pereza cambiar de película o levantarse de la butaca, va a olvidar lo que vio si no le dejamos algo para que complete.
Los arquetipos, en contraposición, funcionan más parecido a una metáfora, o a un símbolo. Las interpretaciones son múltiples, son significantes esperando todos los significados posibles.
Existe la idea de que las figuras arquetípicas son algo ligado a lo mágico, religioso, o esotérico, como si hubiese ideas que las personas heredamos de alguna manera inexplicable, o de que son ideas a las cuales los humanos podemos acceder a través de una suerte de iluminación. Cómo si esa forma universal no fuera una creación humana, sino divina. Prefiero pensar que los arquetipos son construcciones culturales que adquieren un status universal, pero que están disponibles a ser atravesados por lo singular de creadores primero y público después. Es preciso que comprendamos su valor como un organizador de características, y no como personajes cerrados. Los autoritarios, los mujeriegos, las princesas, los ogros, las heroínas y héroes, dioses y diosas, villanos y villanas, cobardes, reaccionarios, nerds, perdedores adorables, neuróticos, vampiros, asesinos seriales y una lista interminable de figuras se nos presentan de manera universal, como formas listas para ser llenadas de contenido. Esos son los arquetipos. Porque no todos los autoritarios son iguales, tampoco los mujeriegos ni las princesas, y así. Son motivos comunes a todos, no anclas para la imaginación, como los estereotipos.
Hay categorías de arquetipos descritas por por los horóscopos, por Carl Jung, están los ocho caracteres de la comedia de Scott Sedita, hay figuras clásicas orbitando la entidad del héroe que escribe Joseph Cambell, hay arquetipos regionales y de género. Hay muchos arquetipos, lo que podemos hacer con ellos es comprenderlos como un imaginario que tenemos en común con nuestros posibles espectadores, estudiarlos, aplicarlos, modificarlos y dar su potencia a nuestros personajes.
Si logramos personajes arquetípicos, vamos a estar más cerca de tener una mejor película.
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