Cuando llegamos al final de una película o una serie y sentimos esa sensación de haber asistido más a una experiencia que a una historia, es porque el relato está construido de manera tal que nos permite vivenciarlo como sucede en los eventos de la vida.
Cualquier cosa que sucede a nuestro alrededor, la vivimos desde nuestro punto de vista, recabando la información que nuestra subjetividad nos permite y uniendo cabos a nuestra manera para intentar entender lo que sucede, que no es otra cosa que ordenar datos juntados para darle un sentido a todo lo que nos sucedió emocionalmente.
Así debería ser un relato escrito con precisión. Así funciona lo que llamo “la estructura del embudo”. Así, como El Eternauta de Bruno Stagnaro.
Sin spoilear nada para quienes tienen el privilegio de todavía estar por descubrir la primera temporada, vamos a señalar brevemente algo de su construcción narrativa en base a mojones que van dejándonos en el relato y que los espectadores vamos carpeteando hasta que nos caen todas las fichas juntas. Así le pasa al protagonista, Juan Salvo, y así nos pasa a nosotros con él.
Juan Salvo va juntando información, una detrás de otra, para llegar hasta donde llega al final de la narración. Esa construcción es, por un lado, de un conflicto interno: flashes que lo relacionan con su pasado y algo que no puede comprender, pero que va (y vamos) interpretando a medida que avanzan las visiones. Estos flashes vienen con apagones físicos, por lo tanto influyen en la acción externa. Pero también van dando cuenta de una construcción interna, una búsqueda personal a la que solamente los espectadores asistimos con Salvo. Y esos flashes se van sumando, acumulando, haciendo cada vez más pesados, para inevitablemente colapsar con el conflicto externo.
En ese conflicto externo, el que mueve la trama, Juan Salvo va buscando información para encontrar a su hija y una cosa lo lleva a la otra como en una búsqueda del tesoro. Pero lo interesante de todo esto, es cómo el guion nos plantea en principio una expresión clásica del héroe, con una motivación individual, para que luego cada uno de esos mojones que nos va dejando a los espectadores (y a Juan Salvo), nos lleven con él a dejar la cuestión individual y nos sumerjamos en un objetivo colectivo con el resto de los personajes, incluso observando las acciones heroicas de otros.
El embudo en la primera temporada de El Eternauta no es únicamente lo que cualquier guionista quisiera lograr en un ideal de narración, sino además, un camino para hacer la experiencia de descubrir la idea de héroe colectivo que Héctor Germán Oesterheld expresó haber buscado cuando escribió por primera vez El Eternauta.
El Eternauta de Bruno Stagnaro es una obra maestra dos veces.
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