Existe un mal ineludible y mortal en nuestra profesión desde hace unos veinticinco años. Se llama teléfono celular.
Casi no hay proceso de escritura de un guión de terror (que se ubique en un presente de los noventas a esta parte) en el que no exista el momento en que toda la trama se caiga por el hecho de que un personaje pueda enviar un simple mensaje.
Pero si llama a la policía, ya está.
Pero si transmite en vivo, todo el mundo se entera y ya está.
Pero si envía su ubicación, ya está.
Ya está. Ya está. Ya está.
Se cagó la película en el minuto veinte. O en la página veinte, porque ni siquiera va a filmarse ese guion.
¿Qué hacemos?
Los personajes pierden la señal y listo.
Gran idea.
Pero… es la misma de siempre… Ya la vimos cien veces, mínimo.
No, no. Se queda sin batería y no hay como cargarlo.
Medio obvio, ¿no? Todos se van a dar cuenta de que es un artilugio vago de guion.
El celular strikes back.
El problema es que, si queremos ser originales, ese aparato cruel y perverso regresa con más intensidad aún. Parece invencible.
Ya sé.
Ubicamos la historia años antes de la llegada de los celulares.
Pero… ¿Funciona igual? ¿Los personajes van a ser los mismos en ese otro contexto? ¿Se podrá realizar la película con todo un diseño de producción de época?
Listo. Otro fracaso.
El celular sigue allí, ominoso. Esa criatura que nos acompaña en la vida cotidiana en casi absolutamente todo, al escribir terror emerge con una identidad de parásito mortífero.
Última instancia para enfrentarlo.
La salida política.
Tener al enemigo más cerca que al amigo. Es la salida que este némesis despiadado no espera: Lo incorporamos a la trama como parte fundamental. Le damos un valor central, lo transformamos casi en un personaje, otorgándole una capacidad siniestra (la que se merece). Lo convertimos (por ejemplo) en un portal: no deja de estar conectado a una red, pero lo que cambiamos es la propia red, enlazándolo a otro mundo invertido; o aplicamos la tríada retórica de Ángel Faretta (índice – ícono – símbolo) y convertimos al celular en un arma con cualquiera de sus posibilidades físicas o técnicas; o hacemos que cambie el contexto obvio y cualquier transmisión o llamado pierde interés frente a personajes escépticos o desinteresados.
Podemos elegir uno de estos caminos o cualquier otro que se nos ocurra, pero siempre usando la fuerza del teléfono celular en su propia contra, para dominarlo. Es una salida marcial también. Pero cuidado, porque las capacidades de estas criaturas crecen todos los días. Por eso, todos los días debemos inventar nuevas maneras de combatirlas.
Los teléfonos celulares podrán dominar nuestras vidas cotidianas, pero no permitamos que dominen también nuestras ficciones.
Es otro mensaje de la Secretaría de Capital Guionístico. Aprovéchelo antes de que la entidad se degrade a comisión.
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Malditos aparatos!!! d hecho hay una lista de letterboxd q se llama “con celulares no existirían estas películas ” o esas historias, entre ella estaba Home Alone. Tenes razon con lo de Faretta hay que dotarlo de significado y encararlo no temerle jaja creo que un buen uso de celular en una película, siendo este un elemento clave es en Eight Grade de Bo Burnham, una coming of age de una niña medioa retraida con aspiraciones de youtuber, el celu es su elemento de escape de la realidad, su lugar feliz, pero tambien funciona como una ventana de un mundo superficial al cual no pertenece y se siente aislada
saludos me encanto el articulo!!
p/d: pienso q tambien es un peligro para las ficciones xq es el primero en aparecer cuando procrastinamos cuando tenemos q escribir jajaj (escribo esto desde el cel)
Son siniestros, si. ja
No vi Eight Grade, ¡gracias por la recomendación!
¡Y voy a meterme en la lista de letterboxd! Debe haber data divertida ahí!
¡Saludos!