Es más que común querer romper las reglas cuando se encara una disciplina artística. Pero sin escala, proporción y equilibrio, los edificios se caen. Por eso es que son casualidades los éxitos de las historias que se construyen ignorando la estructura clásica. Y más todavía, ni siquiera son casualidades, la estructura está aunque el autor pretenda desconocerla. 

Pelearse con la noción de principio, nudo y desenlace es como pelearse con la metáfora. O sea, es al pedo, porque todos estamos formados bajo estos conceptos. Al menos en Occidente.

Luego de haber estudiado, defendido, peleado, obviado, enfrentado y agradecido los tres actos, los puntos de giro, el incidente incitador, las pinzas, el clímax y mi adorado punto medio, creo que son esencialmente tres las preguntas que debemos hacer los y las guionistas. 

Tengo dos respuestas para las primeras dos preguntas y una para la última:

¿Qué tiene a favor la estructura clásica?

Uno: Valorar que nos brinda las herramientas necesarias para hablarle a la mayor cantidad de gente posible.

Dos: Nos permite organizarnos cuando estamos desorganizados. Nos ayuda cuando tenemos muchas ideas que no sabemos cómo plasmar en una sola historia y también nos ayuda cuando no tenemos más que dos o tres notas sueltas.

¿Qué tiene en contra?

Uno: Corremos el riesgo de tomarla como una fórmula a reproducir hasta el infinito, haciendo de nuestras historias unas cosas sin vida.

Dos: Seguir a rajatabla la forma clásica puede ser contraproducente. Porque quizás no sea esa (así, tal cual) la estructura que necesita nuestro relato.

¿Estructura clásica sí o no?

Si.

Conocer, aprender y manejar las herramientas de una estructura dramática universal nos da libertad. Pero ojo, nunca la coloquemos por delante de lo que queremos contar.


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