Parece eterno el misterio de cómo hacer para que una historia (o el proyecto que se encare) tenga su génesis. A veces se manifiesta casual, otras como una iluminación, otras son simplemente un plagio (reconocido o no), otras una mezcla de otras ideas, pero hay un sinfín de orígenes detectables y no detectables.
La vez pasada escribía acerca de la mentira sobre la inspiración y en el taller guion cinematográfico fue inevitable abordar el tema. Porque el misterio nos persigue toda la vida. Algunos tienen sus métodos (los viejos recortes de diarios, juegos dadaístas, conjunción de ideas de películas que nos gustan, los crecientes mapas mentales, la idea controladora de McKee, las dos historias de “Tesis sobre el cuento” en “Formas Breves” de Piglia, la “teoría del iceberg” de Hemingway, y sigue la lista). Yo no le hago asco a ninguno, pero prefiero plantarme en una premisa y abonarla con un método fundamental:
La concentración.
Creo que cualquier método es válido, mientras nos permita hacer crecer la historia. No hay uno único. Pero es muy personal, como las terapias, cada uno con su forma de encarar el mundo. Así que la única antena que puede captar cualquier señal de cualquier origen o método, es la concentración. Ya estuve pensando sobre esto en “¿Existe la inspiración?“, pero quisiera sumar algo que también hablamos en el taller, que es lo que definitivamente hace que nuestras ideas crezcan saludables:
La honestidad.
Hablo de honestidad intelectual, tanto con las ideas propias como con las que aportan quienes están trabajando con nosotros. De allí vienen las buenas ideas, de la honestidad. ¿Por qué? Porque solamente siendo honestos con lo que nuestra idea nos propone vamos a desarrollar una historia capaz de identificar a los espectadores. Y seamos sinceros, siempre sabemos cuándo estamos siendo honestos y cuándo no. Es fácil detectar el momento en el que estamos forzando una idea o cuando estamos desechando la idea de un compañero de equipo… por orgullo. Lo que es difícil es reconocerlo. Por eso, sugiero que lo primero en descartar a la hora del trabajo creativo, sea la arrogancia. Cualquier idea es buena si expresa esa premisa que nos impulsó a escribir, sea nuestra o no. Y para desarrollarla precisamos la antena de la concentración, a través de la cual vamos captando estímulos de la realidad cotidiana, de lo que vemos, de lo que oímos, de lo que leemos; en fín, de todo. Pero la honestidad será el canal para que esa idea crezca y abra el diálogo con nuestros espectadores.
Sin honestidad, no hay arte posible.
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