La sensación que recuerdo de cuando vi Terminator 2 por primera vez, allá por los comienzos de los 90’s, es que el protagonista era John Connor. Tenía su misma edad y quería ser como él.
Luego de haber estudiado por primera vez la estructura clásica, entre fines de los 90’s y principios de los 2000, volví a verla y comprendí que la protagonista era Sarah Connor. Es ella quien hace el principal periplo y se ve transformada (nuevamente, ya lo había hecho en la uno). Pero una duda latía en el fondo y no terminaba de sentir la historia como aquella primera vez, diez años antes.
Durante mis primeros talleres de guion, por los años 10’s, solía analizar The Terminator, la primera, porque no me generaba ninguna duda. Obviaba la segunda, había algo que me planteaba un problema y no quería encararlo.
Mediados de los 20’s. Ahora.
Vuelvo a dar un nuevo taller de guion, hace muchos años que no lo hacía. Vuelvo a proponer The Terminator. Y cuando la estamos analizando, siento la necesidad compulsiva de proponerlo: analicemos Terminator 2.
La encaro, convencido de que la protagonista es Sarah Connor. Lo compruebo, pero la duda persiste. ¿Por qué tiene un primer acto tan largo y con menos desarrollo del protagonista de lo habitual? ¿Por qué el disparador es tan difícil de definir? ¿Lo tiene? ¿Son varios?
Y la verdadera pregunta:
¿Por qué John Connor es presentado como protagonista, con giros incluidos, en un espejo con el primer acto de Sarah en la primera película?
Las preguntas surgen en medio de un encuentro del taller, dibujando la estructura en la pizarra. Y mientras hablo, lo descubro.
El juego de Cameron es este:
A John Connor, quienes vimos la primera, lo conocemos como un mito del futuro. Es un total fuera de campo. Su verdadero periplo sucederá mucho tiempo después y lo que Cameron quiere contar acerca de la lucha contra (y ahora con) las máquinas, precisa de un nuevo aprendizaje de Sarah, no de John. Ese aprendizaje será exclusivamente construido en función de su maternidad. Pero su hijo no es cualquiera, es quien sabemos que será el líder de la resistencia humana, un título bastante duro como para empatizar rápidamente. John Connor es un monolito, una estatua, un bronce, una suerte de superhéroe. Entonces, Cameron necesita humanizarlo, hacerlo de carne y hueso. Es por eso que nos engaña y nos hace creer que la película irá del periplo de John. Nos lo presenta como protagonista, con todos los ingredientes de un primer acto. Y cuando ya estamos encariñados con él, pasa la narración al punto de vista de Sarah, iniciando su historia más contundentemente. Ahora sabemos lo que ella siente, porque conocemos al objeto de conflicto. No es un McGuffin, es una persona que queremos como ella.
Una obra maestra por dónde (y cuándo) se la mire.
Seguramente ustedes ya lo hayan pensado antes, o existan textos teóricos al respecto. No los leí. Ni tampoco sé por qué tardé tantas décadas en comprenderlo. Quizás me faltaba ser padre, quizás no. Quizás sea una casualidad y simplemente estaba negado a algo tan simple de ver. Quizás sea que hoy mi hija cumple siete años y estoy sensible. Quizás sea el número siete y la cábala, o que siete son los años que separan The Terminator (1984) de Terminator 2 (1991). En fin. La corto acá, antes de descubrirme esotérico y hacer temblar toda mi estructura psíquica.
La sensación, volviendo a ver esta obra de arte monumental, es que habiendo querido ser John Connor de pibe, ahora quiero ser Sarah y hacer lo posible para que ese pibito (mi pibita) llegue a ser lo que vino a ser.
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