Fui a ver Alien Romulus (2024), de Fede Álvarez, y volví a sentirme feliz viendo un xenomorfo haciendo de las suyas en el espacio. Y no solamente eso, porque Álvarez, como lo hizo con Evil Dead (2013), volcó mucho amor por la saga original, mucho respeto y nuevas ideas. Incluso es notable la cinefilia e incorporación de otros temas del universo de Ridley Scott, como el desarrollo de la humanidad del androide. Si bien no es nuevo en la saga, hay algo de Blade Runner allí, incluso bautiza a su androide Andy, como los nombran en la novela de Philip K. Dick “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”.
Pero, a pesar de la fascinación nerd (o por esa misma razón), la inevitable comparación con la original brotaba y me preguntaba por qué no terminaba de llenarme. ¿Porque soy un viejo conservador? ¿O por otra cosa? Capaz eran ambas opciones, lo dejo a criterio del lector. Lo cierto es que terminé pensando en que la diferencia entre la primera Alien y ésta es precisamente el personaje de Ripley (esto es aplicable a las otras Alien sin Ripley, aunque me parece más justo hacer solamente la comparación Scott-Álvarez por lo antes expuesto).
Después de pensar un rato en lo que había visto (las buenas experiencias cinematográficas siempre se manifiestan en el espectador en ese orden: emoción-pensamiento) llegué a la conclusión de que a pesar de ser una buena historia, bien narrada, con secuencias memorables, adrenalina, tensión, angustia, terror, y todo lo que a veces los viejos conservadores pensamos que ya nunca más vamos a vivir frente a una pantalla, algo pasa con la protagonista y su hermano androide. Primero lo adjudiqué a la ausencia del carisma de Sigourney Weaver. Pensé: “ella es insuperable”. Pero después pensé que no es solamente un tema de casting, sino en el personaje, en la construcción de aquella protagonista. Y aún más: en que la historia está por delante del personaje.
Estamos pensando los tejes de nuestra profesión, no pegándole a una obra magnífica como la que hizo Álvarez. Aclarado esto, seguimos.
La aventura en la Alien de Scott es un camino para la construcción de una heroína, en cambio, aunque probablemente se haya buscado, en la de Álvarez eso no termina de suceder. No al menos en los términos de lo heroico y cómo la aventura transforma al héroe. La transformación interna de Rain (*), protagonista de Alien Romulus, no llega a ser lo suficientemente profunda como para considerarla una heroína clásica. Dicho de otra manera: No es tanto lo que su protagonista precisa para crecer lo que mueve la experiencia, sino la aventura en sí misma. Es más importante cada parte del camino, que lo que el camino provoca.
“Historia o personaje” es una vieja discusión. Creo que no deberíamos dejar de darla, pero tampoco perdernos demasiado en ella. Porque la respuesta es que una no debería existir sin el otro. No hay personaje sin historia y viceversa. Por eso, cuando los cañones están tanto más puestos en lo que sucede que en lo que todo eso provoca en el personaje protagonista, hay algo en la experiencia que terminará haciendo que la película no explore todo su potencial.
Ahora, saliendo de la vieja discusión, gracias Fede Álvarez por poner sangre del fin del mundo en una película que ya es parte de las mejores de esa saga que amamos.
Vayan a ver Alien Romulus, la buena Ciencia Ficción hace bien.
(*) ¿Rain (lluvia) podría pensarse como otra cita a Blade Runner, su clima y el inolvidable monólogo de Rutger Hauer “Lágrimas en la lluvia”)?
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