Lo primero que se valoriza de una historia, o lo primero que surge para escribirla, lo definimos como IDEA. O sea: algo que se piensa. Esa idea se evalúa en su originalidad, se le aplica un FODA, se bombardea de preguntas, se somete a focus groups, etc. O sea: se intelectualiza. ¿Pero, es intelectual la fuerza que nos lleva a escribir? ¿Es intelectual lo que finalmente repercute en los públicos?

Si y no. Y prefiero elegir las veces que no. Porque la mayor profundidad en las historias se dan cuando es lo EMOCIONAL aquello que nos impacta. Si nos reímos de verdad, si sentimos tanto miedo que después no podemos dormir, si nos enamoramos al punto de valorizar el amor que tenemos o salimos a buscar uno, si nos entristecemos al nivel angustiante de evaluar nuestra propia vida, etc., es porque acabamos de ver una gran película. 

Para cada emoción puedo pensar en alguna película que me marcó en ese sentido. Sigo aterrándome con El Exorcista; no puedo evitar entristecerme cada vez que recuerdo en el final de La La Land; cauando pienso en El Milagro de P. Tinto o Esperando la Carroza me río solo; veo Rocky y vuelvo a ser un nene que quiere ponerse a boxear con lo que encuentre; y así.

Cuando escribir provoca algo como esas experiencias, cuando no podemos parar de tipear porque estamos atrapados por una emoción, es indescriptible. ¿Hay un trabajo intelectual? Si, claro. Es la manera que tenemos de ordenar esas emociones en un relato y transmitirlas a los públicos para que sientan lo que sentimos al escribirlo. Podría decirse que el medio es intelectual, mientras que el fin es emocional. Es discutible, pero es algo así. Al menos, para arrancar la charla.

Cuando el proceso es puramente intelectual, cuando lo que manda en la escritura y en la experiencia de ver una película es lo ingenioso, la cosa se cae. Sé que voy a ganar haters con esto, pero debo decir que volví a ver Los Sospechosos de Siempre y, por más que me volvió fascinar su arquitectura, al terminar de verla me sentí vacío. Me pregunté por qué y me dí cuenta de que no había empatizado con ningún personaje, que lo que me gustaba de la película era justamente el ingenio con el que me habían engañado (como al policía). Pero, superado ese shock del twist final, cuando descubrimos quién es realmente Keyser Söze, no me dejó nada más que esa idea. La idea se diluyó, no podía expandirse hacia experiencias personales, como con El Exorcista, Esperando la Carroza, o cualquiera de las películas ya nombradas y tantas otras obras maestras. Creo que esa es la verdadera magia de una película, que su historia se expanda en nuestras propias vidas. Y eso sucede a través de la emoción.

Sin dudas hay películas que pregnan solamente por algo intelectual, hay casos para hacer dulce. También depende de lo que cada uno busque en el cine (o en la vida). Pero la pregunta que hay que hacer en esos casos es: ¿Te gustó porque toca un “tema” que ya tenías decidido que iba a interesar? ¿O te descubriste a vos mismo viviendo una experiencia profundamente humana?

Robert McKee rescata la idea de la EMOCIÓN ESTÉTICA de Aristóteles. Desarrolla esta cuestión de que en la vida las ideas y las emociones no vienen juntas, pero que la particularidad del arte (el arte del relato en nuestro caso) es que su esencia es la de juntar ambas experiencias. 

“La fuente de todo arte es la necesidad primigenia y prelingüística de la psique humana

de resolver la tensión y la discordancia a través de la belleza y la armonía, de utilizar la creatividad para revivir una vida asesinada por la rutina, de encontrar un eslabón con la

realidad por medio de nuestras sensaciones instintivas y sensoriales de la verdad. Como la música y la danza, la pintura y la escultura, la poesía y la canción, todo guion es ante todo y siempre la experiencia de una emoción estética, el encuentro simultáneo del pensamiento y el sentimiento.

Cuando una idea comporta un cambio emocional gana poder, profundidad, y se vuelve memorable”.

El Guion. Sustancia, estructura, estilo y principios de la escritura de guiones

Robert Mc Kee

Las películas entran por los ojos, pero si pasan por el cerebro sin llegar finalmente al corazón, difícilmente las recordemos por lo que tenían para contar. Pappo lo diría así de simple: “E.T. es cine. Esa película es como E.T.

  


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