Cuando se escribe una película o una obra teatral pensando en los actores y actrices que van a interpretar los personajes, surge una extraña búsqueda de diálogo con alguien real, pero que permanece invisible hasta que el texto llega a sus manos.

Al construir un personaje y su periplo desde cero, uno transita por su propia imaginación, a veces tomando modelos, a veces dejándose llevar por la intuición (esa superstición en realidad basada en la experiencia). Pero cuando se escribe para un elenco ya definido, la cosa cambia. Bastante. 

Si el actor o actriz elegida por quien dirige despierta nuestra imaginación, el viaje es increíble. Tener una mirada presente, giros, gestos, un cuerpo, una voz, un rostro: todo eso nos conduce. La clave va a estar en cuánto evitamos que lo ya percibido nos cristalice la imaginación, para poder usar todas las características del intérprete a favor de lo que imaginamos. O al revés, que nos permite imaginar. Funcione como base o como trampolín, nuestro trabajo es inventar un personaje que no existía antes, que al mismo tiempo despierte la imaginación de quien lo va a interpretar y, a su vez, nuestro texto se convierta en una nueva base o trampolín. Cuando lo que un actor ya definido antes de escribir genera un diálogo con lo que escribimos pensando en él, el personaje vuela.

Pero cuando un intérprete preseleccionado no nos gusta o, mejor dicho, choca con lo que imaginábamos para el personaje, el trabajo es más duro. Aunque hay claves para destrabar el problema. Lo principal será investigarlo para buscar de qué elementos podemos agarrarnos en pos de transmitir la idea, la emoción, o emoción estética que llevamos como premisa. A lo mejor, lo que pensábamos como una mala decisión de casting, nos sorprende y mejora nuestra historia. Cuando esto sucede es algo liberador.

Lo más habitual es en realidad escribir sin tener un elenco definido previamente. Pero cuando la mirada de la directora o director se despierta, de pronto nuestro texto pasa a un actor o una actriz que desconocíamos, y pareciera que a pesar de decir exactamente las mismas palabras, está mejorando eso que imaginamos, es una experiencia única y esperada cada vez. Y si podemos participar de lecturas y ensayos con ellos, nuestro trabajo se enriquece aún más.

Lo que escribimos son imágenes y acciones, sí. Pero lo hacemos con palabras. Por eso, la relación con los actores y actrices va a ser fundamental para que nuestra historia exista en una pantalla o un escenario. Al momento de escribir, sean invisibles o visibles, actrices y actores son fundamentales en nuestra imaginación.


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